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...y tú, como divides ?
CAPÍTULO 4
En
el cual encontramos un rico sheik, casi muerto de hambre en el
desierto. La propuesta que nos hizo sobre los ocho panes que teníamos y
como se resolvió, de manera imprevista, el pago con ocho monedas. Las
tres divisiones de Beremís: la división simple, la división exacta y la
división perfecta. Elogio que un ilustre visir dirigió al “Hombre que
calculaba”.
res
días después, nos aproximábamos a una pequeña aldea –llamada Lazakka-
cuando encontramos, caído en el camino, a un pobre viajero herido.
Socorrímosle y de su labios oímos el relato de su aventura.
Llamábase
Salem Nasair, y era uno de los más ricos negociantes de Bagdad. Al
regresar, pocos días antes, de Basora, con una gran caravana, fue
atacado por una turba de persas, nómades del desierto. La caravana fue
saqueada, pereciendo casi todos sus componentes a manos de los
beduinos. Sólo se había salvado él, que era el jefe, ocultándose en la
arena, entre los cadáveres de sus esclavos.
Al terminar el relato de sus desgracias, nos preguntó con voz angustiosa:
- ¿Tenéis, por casualidad, musulmanes, alguna cosa para comer? ¡Estoy casi muriéndome de hambre!
- Tengo solamente tres panes –respondí.
- Yo traigo cinco –afirmó a mi lado el “Hombre que calculaba”.
- Pues bien –sugirió el sheik[1]-;
juntemos esos panes y hagamos una sociedad única. Cuando lleguemos a
Bagdad os prometo pagar con ocho monedas de oro el pan que coma.
Así hicimos, y al día siguiente, al caer la tarde, entramos en la célebre ciudad de Bagdad, la perla de Oriente.
Al
atravesar una hermosa plaza, nos enfrentamos con un gran cortejo. Al
frente marchaba, en brioso alazán, el poderoso Ibraim Maluf, uno de los
visires[2] del califa en Bagdad.
Al ver el visir a sheik Salem Nasair en nuestra compañía, gritó, haciendo parar su poderosa escolta, y le preguntó:
- ¿Qué te ha pasado, amigo mío? ¿Por qué te veo llegar a Bagdad sucio y harapiento, en compañía de dos hombres que no conozco?
El
desventurado sheik narró, minuciosamente, al poderoso ministro todo lo
que le ocurriera en el camino, haciendo los mayores elogios respecto
de nosotros.
- Paga sin pérdida de tiempo a esos dos forasteros, ordenó el visir.
Y sacando de su bolsa 8 monedas de oro las entregó a Salem Nasair, insistiendo:
-
Quiero llevarte ahora mismo al palacio, pues el Comendador de los
Creyentes desea, con seguridad, ser informado de esta nueva afrenta que
lo beduinos practicaran, al matar a nuestros amigos saqueando
caravanas dentro de nuestras fronteras.
-
Voy a dejaros, amigos míos -; dijo Nasair- mas, antes deseo
agradeceros el gran servicio que me habéis prestado. Y para cumplir la
palabra, os pagaré el pan que tan generosamente me dierais.
Y dirigiéndose al “Hombre que calculaba” le dijo:
- Por tus cinco panes te daré cinco monedas.
Y volviéndose hacia mí, concluyó:
- Y a ti, “bagdalí”, te daré por los tres panes tres monedas.
Con gran sorpresa nuestra, el “Calculista” objetó, respetuosamente:
-
¡Perdón, oh sheik! La división hecha de ese modo será muy sencilla,
mas no es matemáticamente exacta. Si yo di 5 panes, debo recibir 7
monedas; y mi compañero, “el Bagdad” que dio tres panes, solamente debe
recibir una moneda.
- ¡Por el nombre de Mahoma![3]
–dijo el visir Ibraim, interesado vivamente por el caso-. ¿Cómo
justificas, extranjero, tan disparatada forma de pagar 8 panes con 8
monedas? Si contribuiste con 5 panes, ¿por qué exiges 7 monedas? Y si
tu amigo contribuyó con 3 panes, ¿por qué afirmas que debe recibir
únicamente una moneda?
El “Hombre que calculaba” se aproximó al poderoso ministro y así le habló:
-
Voy a probaros que la división de las monedas hecha en la forma
propuesta por mí, es más justa y más exacta. Cuando, durante el viaje,
teníamos hambre, sacaba un pan de la caja y lo partía en tres trozos,
uno para cada uno de nosotros. Todos los panes que eran 8, fueron
divididos, pues, en la misma forma. Es evidente, por lo tanto, que si
yo tenía 5 panes, di 15 pedazos; si mi compañero tenía 3 panes, dio 9
pedazos. Hubo, así, un total de 24 pedazos, de los cuales cada uno de
nosotros comió 8. Ahora bien; si de mis 15 pedazos comí 8, di, en
realidad, 7; y mi compañero, que tenía 9 pedazos, al comerse 8, solo
dio 1. Los 7 que di yo y el que suministró “el bagdalí” formaron los 8
que comiera el sheik Salem Nasair. Por consiguiente, es justo que yo
reciba 7 monedas y mi compañero 1.
El
gran visir, después de hacer los mayores elogios al “Hombre que
calculaba”, ordenó que le fueran entregadas las 7 monedas, pues a mí
sólo me tocaba, por derecho, 1. La demostración lógica y perfecta
presentada por el matemático no admitía duda.
- Esa división – replicó entonces el “Calculista”- es matemáticamente exacta, pero a los ojos de Dios no es perfecta.
Y tomando las ocho monedas en la mano las dividió en dos partes iguales. Dióme una de ellas y se guardó la otra.
-
Ese hombre es extraordinario –exclamó el visir-. No aceptó la división
propuesta de las ocho monedas en dos partes de 5 y 3, en la que salía
favorecido; demostró tener derecho a 7 y su compañero a 1, acabando por
dividir las 8 monedas en dos partes iguales, que repartió con su
amigo.
Y añadió con entusiasmo:
- ¡Mac Alah![4]
Ese joven, además de parecerme un sabio habilísimo en los cálculos de
Aritmética, es bueno como amigo y generoso como compañero. Tómolo ahora
mismo como secretario mío.
-
Poderoso visir –le dijo el “Hombre que calculaba”-, veo que acabáis de
hacer, con 29 palabras y un total de 145 letras, el mayor elogio que
oí en mi vida, y yo, para agradecéroslo, me veo en la obligación de
emplear 58 palabras en las cuales figuran nada menos que 290 letras, el
doble de las vuestras[5], precisamente. ¡Que Alah os bendiga y proteja!
Con estas palabras el “Hombre que calculaba” nos dejó a todos maravillados de su argucia e invencible talento de calculista.
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